La vida se manifiesta de numerosas maneras. Si hay algo con diversidad, es la misma vida. Pero a pesar de su multiplicidad, hay un hilo conductor que equipara a todas las maneras de su expresión. Es la CICLICIDAD, marcada por la progresión.
Nada es repentino en la naturaleza y todo tiene un ciclo, largo o breve, que le da curso. Desde hace siglos, la humanidad se viene separando del entorno natural, al que fue dominando -para lograr la subsistencia, primero y como actitud elegida, después.
Esto no ha resultado gratuito, pues hemos ido perdiendo gradualmente la noción de nuestra participación como parte integrante del ecosistema, lo que se ha ido transformando en desastres ecológicos y el cambio climático que resentimos.
Dentro del cuerpo humano, hay numerosos procesos que están relacionados con los ciclos naturales (estacionales, diurnos y nocturnos, por septenios, décadas y más), pero hay uno que sobresale porque es, justamente, el que posibilita la vida: la menstruación, dentro de la cual está la ovulación, inicio del ser humano.
El ciclo menstrual es un ciclo coordinado con las fases de la Luna. Es por eso que un ciclo regular consta de aproximadamente 28 días, lo que dura el ciclo de este astro, con ajustes y desajustes que tienen que ver con las emociones y las hormonas que las regulan. Es un ciclo muy lábil y de un equilibrio delicado y pertenece a otro macrociclo vital, siendo su parte central.
Dentro de la vida de la mujer, hay tres grandes etapas con características propias y en vinculación con los demás: la etapa de la niñez, en que se va formando y madurando el cuerpo y sus órganos, cuando la niña observa y vive los ciclos que la rodean y regulan; el período más cíclico, cuando ella misma forma parte de la lunación a partir de su menstruación y el período post fértil, de cosecha de toda esa sabiduría que fue obteniendo en la niñez y la juventud.
Una vez concluida la primera etapa, alrededor del comienzo de la adolescencia -cada niña tiene su propio momento-, se produce la MENARQUÍA, que constituye, con su primer sangrado menstrual, el inicio de la etapa cíclica en que su vientre será fértil.
El órgano que se rige por los períodos lunares es el útero, donde también se gestan los nuevos seres. Es por eso que se convierte en el eslabón que une a la humanidad con la Naturaleza misma. Poseer un útero significa tener un lugar y un rol preponderante en esta conciencia. Es por eso que no son casuales ni fortuitos todos los juicos y los prejuicios acerca de la menstruación, el útero y sus funciones. Es por eso que se ha perdido y ocultado todo lo referente a la ceremonia que merece este día en la vida de una niña.
Ser portadora de un útero es un privilegio. Pero no meramente por la posibilidad de gestar que conlleva, que se ha convertido en la bandera con la que también se ha esclavizado al género femenino con los grilletes de una maternidad encargada, forzosa y nada gozosa, sino por su misma naturaleza palpitante, circular y sabedora del placer. El útero que vibra es parte de un cuerpo que celebra, que danza, que vive.
Éste mensaje merecen escuchar nuestras niñas, en lugar del recibido de ocultamiento, vergüenza, malestar. Pocas han percibido que un útero menstruando vibra exactamente igual que un instante antes del orgasmo.
Nuestro útero resonará con procesos y sus ciclos pondrán de manifiesto nuestras emociones. Simultáneamente, su expresión, de dolor, de asco, de incomodidad o de malestar hablará de cómo está viviendo su femeneidad, de su relación con su propio cuerpo y con su concepto mismo de la vida.
Es por eso que la niñez es una etapa en la que necesitarán conectar con los ciclos vitales, con las plantas -aliadas insustituibles a la hora de sanar y vivir los procesos-, con la observación de las estaciones, para que esta conciencia las ayude a vivir luego su desarrollo y su cuerpo con comprensión y amor por sí mismas.